¿Has tenido la experiencia de tener entre tus manos un residuo que te abruma debido a su peligrosidad, hedor o condición bacteriológica -por ejemplo, el excremento de tu perro- sin tener un sitio cerca para disponerlo correctamente, y necesitas deshacerte de él con urgencia, pero tienes que hacerlo a hurtadillas porque definitivamente nadie lo quiere cerca?
Eso es lo que les pasa a muchas empresas cuyos residuos son de un carácter tan peligroso e indeseable, o en una cantidad tan enorme que no pueden botarlos en los vertederos municipales, ni en ningún lugar autorizado y, por ende, necesitan buscar lugares alternos para deshacerse de ellos. Así que optan por exportarlos en barcos de carga a países pobres y con legislaciones ambientales débiles o inexistentes, para abandonarlos en lugares marginados o socialmente deprimidos donde por su misma condición de abandono la gente no presente oposición.
La práctica ha dado incluso pie al concepto de tráfico de residuos debido a su carácter embarazoso y clandestino. Muchos de nosotros hemos visto documentales grabados en ciertos países asiáticos o africanos con playas y extensas áreas convertidas en verdaderos cementerios de residuos electrónicos, agrotóxicos, ropa y todo tipo de basura industrial en los que nadie figura como responsable.
El procedimiento va desde hacerlo abusivamente y a hurtadillas, como cuando unas empresas norteamericanas se deshicieron de unos desechos peligrosos de plomo y cadmio introduciéndolos en unas bolsas de fertilizante que iban con destino a Bangladesh con absoluto desconocimiento de sus destinatarios, hasta pagar un precio al gobierno local de alguno de esos países para que permita el desembarque de residuos peligrosos en algún lugar de sus costas. Por supuesto, la mayoría de las veces ningún porcentaje de este dinero se usa para paliar el desastre ambiental causado por el residuo, y a veces ni siquiera llega a la comunidad porque son los propios agentes gubernamentales los que se quedan con el botín.
Aunque no toda la basura que se exporta es de carácter privado. Los países que suelen tener incineradores metropolitanos de basura tienen además el problema de no saber donde enterrar las cenizas que quedan de la quema municipal, y también ellas han sido despachadas en largos viajes buscando un basural para ser depositadas. Así que no todas las grandes embarcaciones que vemos surcar los mares transportan mercancía; muchas de ellas están al servicio de cargamentos internacionales de desechos.
Annie Leonard cuenta en su libro Historia de las cosas* como 14 mil toneladas de cenizas provenientes del incinerador municipal de filadelfia (USA) hicieron un periplo de 27 meses por los cinco continentes buscando infructuosamente donde ser desembarcadas. El atasco se debió a una campaña emprendida por Greenpeace** que alertó a los diferentes gobiernos donde se aproximaba la embarcación sobre el inconveniente de recibirlos. Como el anhelado permiso nunca tuvo lugar, meses después se supo por unas fotos tomadas por un marinero de la tripulación, que la carga había sido arrojada en alta mar.
No obstante, el transporte de residuos no ha sido siempre ilegal, y durante buen tiempo fue incluso un negocio lucrativo. China importó desde Occidente residuos plásticos potencialmente difíciles de reciclar por más de dos décadas hasta que los niveles de contaminación en los ríos y el aire, aunados a sus efectos sobre la salud de la población, hicieron que el gobierno tomará medidas y prohibiera dichas importaciones en 2018.
De inmediato las empresas occidentales pusieron sus ojos en el Sudeste Asiático, y países como Indonesia, Tailandia, Vietnam y Malasia se vieron inundados de la basura que China ahora rechaza, y que los ha llevado a declarar que ninguna nación en vías de desarrollo debe ser considerada el basurero del mundo desarrollado. www.nationalgeographic.es El veto de China a la importación de basura desplaza la crisis de residuos al Sudeste Asiático.
La “guerra de la basura” como se ha solido llamar a los conflictos entre naciones por el desembarque de contenedores no autorizados o maliciosamente etiquetados es una guerra que apenas comienza. En 2019 la opinión pública internacional presenció una disputa entre Filipinas y Canadá por un desembarque de basura plástica no autorizada en las costas filipinas que permaneció allí por cerca de seis años, y que involucró incluso al entonces presidente de Filipinas Rodrigo Duterte, quién amenazó con conducir personalmente una expedición para devolver la basura a su país de origen.
No hay duda que la gigantesca producción de plásticos en Occidente no encuentra como ser absorbida ni siquiera en el contexto del comercio internacional. Así que la “guerra de la basura” amenaza con alcanzar grandes proporciones a medida que los residuos sobreabunden y el negocio del reciclaje se vaya haciendo menos rentable a causa de la caída de los precios. Sólo una audaz y mancomunada campaña emprendida por los gobiernos, industriales y consumidores globales para optar decididamente por un modelo de producción y consumo circular, puede evitar que derivemos en grandes conflictos internacionales que tendrían a los océanos como último, forzoso y funesto recurso de vertimiento.
*Leonard, Annie. La historia de las cosas, Bogotá: FCE, 2010. P.290.
**organización ecologista internacional sin fines de lucro.
Comments