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"LA MATERIA NO SE CREA NI SE DESTRUYE SINO QUE SE TRANSFORMA" (sobre los incineradores de basura)

Cuando ciertos sectores de la sociedad empiezan a pronunciarse respecto de los inconvenientes asociados a los rellenos sanitarios, otros sectores comienzan a abogar por estrategias alternativas que solucionen el problema de tajo y, por qué no, traigan al mismo tiempo aparejadas ventajas. Es el caso de los incineradores, la otra estrategia que han ensayado las sociedades industrializadas para hacer desaparecer la basura calcinándola y usando el calor producido como fuente energética; después de todo los residuos desaparecen cuando se los quema, o al menos eso es lo que nosotros creemos. 




Al concepto se le ha dado el nombre de termovalorización, y consiste en dar un valor agregado a la basura convirtiéndola en energía eléctrica. Maravilloso negocio. Grosso modo, el proceso es como sigue: los residuos son introducidos dentro de un contenedor de aproximadamente una tonelada, al cual se agrega oxígeno y un catalizador para provocar combustión, así la basura se quema a una temperatura promedio de 1.000°C, lo que genera altísimo calor. Dicho calor se utiliza para hervir agua, y el vapor generado por el agua hirviendo, impulsa una turbina que produce electricidad. O sea que la basura desaparece y a cambio obtenemos energía. Parece muy simple y beneficioso. Sólo que la primera parte de la afirmación no es verdad. 


Como enseña la termodinámica, una importante rama de la física, la materia (es decir, los residuos) no se crean ni se destruyen, sino que se transforman. ¿En qué se transforman? En gases, partículas tóxicas y cenizas. La combustión separa y recombina sustancias químicas formando supertoxinas. Los productos de limpieza, persianas, pisos, ropa e impermeables que han sido elaborados con cloro, por ejemplo, forman cuando son incinerados, un tóxico llamado dioxina+, que es responsable de problemas endocrinos, neurológicos, circulatorios y reproductivos*.


Así que la basura no desaparece, sino que se transforma en elementos químicos nocivos que van a la atmósfera generando lluvia ácida+ que caerá sobre los cultivos, ríos y animales, envenenando la cadena alimenticia y generando problemas de salud. A ello hay que sumar que, al transformarse en humo, gases y cenizas, la basura se volatiliza incrementando grandemente su efecto pernicioso al llevar la contaminación mucho más lejos (desde el punto de vista aéreo) del lugar donde inicialmente se produjo. Si se quema un neumático en una ciudad determinada, la lluvia ácida que va a generar esa atmósfera contaminada puede precipitarse sobre una ciudad muy alejada e incluso sobre otro país. Recordemos que la naturaleza no sabe de fronteras geopolíticas; el clima o la tierra no es diferente de una zona fronteriza a otra. La Tierra es una sola, es un continuo, y las consecuencias de una actividad en una de sus latitudes, se hacen sentir con fuerza en otra latitud completamente diferente. De manera que la contaminación atmosférica se propalaría grandemente. 



A ese respecto se podría objetar que la combustión de los actuales y modernos incineradores es controlada, y los gases emitidos son sometidos a potentes filtros que reducen la emisión de material particulado a la atmósfera; pues dichos filtros retienen el material volátil haciendo que éste se precipite. Buen punto, ciertamente los filtros pueden evitar en buena medida que dicho material vaya a la atmósfera; pero que las partículas no vayan a la atmósfera no significa que han desaparecido; sólo significa que se han asentado y que quedan en la tierra en forma de sedimentos (25% del total de la masa incinerada) que de todas maneras hay que enterrar, estropeando el suelo; lo cual no es un daño menor. La contaminación in situ de un terreno determinado es ya un potente daño ambiental, y es obvio que tampoco se va a quedar ahí; es sólo cuestión de tiempo que por las propias fuerzas naturales se desplace a puntos más alejados, lo que supone una contaminación y envenenamiento paulatino más sutil y, por ende, más pernicioso y difícil de controlar. ¿Cómo saber si lo que tienes en tus manos con apariencia de ceniza no es un puñado de metales pesados y compuestos orgánicos+ peligrosos como dioxinas+ y furanos+? https://co.video.search.yahoo.com/search/video?fr=mcafee&ei=UTF-8&p=subproducto+de+la+incineraci%C3%B3n+de+residuos&type=E211CO714G0#id=2&vid=37e04a35c31d8232e48f71518027348a&action=click 


La organización Greenpeace capítulo Colombia, ya ha alertado sobre los peligros e inconveniencia de la instalación de incineradores de basura en nuestro país, denunciando el perjuicio generado por la liberación de las nanopartículas tóxicas asociadas a dicha práctica, fuera de que constituye un espaldarazo a la cultura del desechable y, por ende, al malgasto de recursos y excesiva generación de residuos que redundan en una doble presión a la naturaleza. De allí que haya hecho su petición al Congreso para que excluya del Plan Nacional de Desarrollo el término “valorización de residuos”, un nombre equívoco a una práctica lesiva que no representa ninguna mejora ni adelanto pese a la energía obtenida de la misma. 


La energía resultante de la quema de residuos tiene unos costos ambientales ciertamente muy altos, y una lógica un tanto paradójica para ser una solución. No tiene mucho sentido quemar una enorme cantidad de material para recuperar parte de la energía que se gastó produciéndolo. Si en verdad el tema es de optimización energética, más ecológico sería adoptar modelos de reutilización que hicieran innecesaria la producción indiscriminada de nuevos artículos, lo que redundaría en un ahorro energético a gran escala. En sentido inverso, un incinerador de residuos es una gran boca hambrienta que cada vez pide más residuos para mantenerse en funcionamiento. De suerte que en nada resuelve el problema de la contaminación, ni parece una solución aceptable al problema ambiental que representa la basura; mucho menos cuando su costo y operación son altísimos. Se calcula que van por el doble de los de un relleno sanitario.


*Leonard, Annie. La historia de las cosas, Bogotá: FCE, 2011. P.278


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